Cuando conocí la obra de Semilla, recuerdo haber tenido dos claras sensaciones: la primera; después de volver del asombro, fue ir descubriendo infinitos personajes en este fantástico ambiente que construye a través de sus dibujos, y que luego derivarían en las más delirantes e insospechadas historias. La segunda; fue preguntarme una y otra vez, como Los Redondos habían dejado ahogar en el mar del silencio de las imágenes nunca vistas, este particular lenguaje que se expresa a través de su obra. Si algo contiene y evidencia la estética de su arte, es... la originalidad. Luego de estas conclusiones, me dediqué a disfrutar de esta intensa, maravillosa y visceral multiplicidad de imágenes y colores que emanan de la obra de Semilla, hasta hoy oculta y de la cual me siento honrado de ser su presentador público. A partir del impacto perceptivo en que deriva su arte, el que permite la dialéctica existente entre lo exterior e interior, me lleva a arriesgar la certeza que después de hacer contacto con esta obra, tu sensibilidad hará que vuelvas sobre ella una y otra vez, provocándote cada vez diferentes sensaciones. Y hasta me permito apostar: después de hacer contacto con estas imágenes, el cuerpo te va a pedir volver.